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A la intemperie

No me alcanza la poesía y ya tengo entumidos los dedos.

¿Dónde he estado desde la última vez que me llenaste el cuerpo de nenúfares

y amanecí sin ti y con los ojos más pequeños?

Desde que tu ausencia me construyó un castillo de paredes sin ventanas

y hojas del tiempo.

 

Tengo los pies en la fuente de los deseos,

perdí mis monedas y mis palabras.

Soliloquio de venas abiertas, polvo arruinado.

 

Lo supe siempre cuando nada sabía y todo me importaba,

cuando el viento traía recuerdos de besos que no me diste,

cuando te escribí aquella canción sin música ni letra,

cuando fuimos lo que no fuimos y nos desconocimos en el plenilunio.

 

Volé con la nostalgia partida en dos y se me contracturaron las epifanías.

Seca, lóbrega y cancina mi voluntad de odiarte.

Soy un animal a la sombra con una eternidad prestada,

soy una loca desnuda con frío y un vaso de ron.

 

Un violín, una fogata y un perro adornan la noche que quise atrapar en un puño,

el mismo que tengo cerrado desde aquel junio.

Me sobreviven los peces del pecho y las uñas de la mano derecha.

No es que espere que mi llanto fracasado te traiga de vuelta,

aunque hay noches en las que me he volcado en sollozos y esperanza.

 

Escribo deseando que vuelvas a mis letras

como vuelve el asesino a la escena del crimen,

dejo migajas de pan en el camino a mi falda,

ando por los mismos sitios buscando tus ojos,

me siento en el café de siempre mirando hacia la puerta para verte llegar,

persigo a las libélulas para que me lleven a ti

y platico con las orquídeas que saben guardar secretos.

 

Me desprecio por andar desamorada y herida,

todos mis sueños son la rueda del molino

que descansa junto a las hormigas a la orilla del río.

Y somos como dos extraños que alguna vez se amaron,

yo te amo aún y tengo la sangre de pájaro.

No respondes, no acudes, no entiendes mi arrebato, mi temblor es estéril.

La poesía es una puta que me ha cobrado por jugar a vivir.